Ciudad de México – Históricamente, México ha empuñado un intenso activismo por las causas latinoamericanas, especialmente en foros internacionales de alto nivel, así como una actitud conciliadora con relación a conflictos entre Estados de la zona. Sin embargo, su cercanía geográfica y dependencia comercial de Estados Unidos, entre otros factores, han provocado que el país se quede corto en su potencial, privilegiando el interés económico a los lazos políticos, culturales, y sociales que comparte con su región. El nuevo Gobierno que saldrá de las elecciones del próximo 2 de junio tendrá como uno de sus principales retos decidir sobre el futuro de la política exterior mexicana: ¿más cerca de Estados Unidos o de Latinoamérica?
¿Qué representa México para Latinoamérica? Geográficamente, parte de Norteamérica (junto con EE. UU. y Canadá), pero culturalmente hermanado con Latinoamérica, México ha sido vivido esta condición desde su independencia en 1821, tras ser reconocido como Estado independiente, primero por Estados Unidos y, después, por los recién independizados Colombia, Chile y Perú.
Tradicionalmente, México siempre ha expresado mayor afinidad por sus similares latinoamericanos dentro de su dicotomía de pertenecer tanto al norte como al sur.
Un pasado colonial compartido, la presencia de comunidades indígenas, el idioma y complejidades modernas similares han causado en su conjunto que México se haya posicionado históricamente como uno de los países más importantes de América Latina.
Su condición de segunda economía más grande de la región, solo detrás de Brasil, y miembro activo de la mayor parte de organizaciones multilaterales del continente (entre ellas la Organización de Estados Americanos (OEA), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y la Alianza del Pacífico) alimenta la idea de que México es uno de los pilares ‘simbólicos’ de América Latina.
Sin embargo, la obvia influencia económica de Estados Unidos, con Washington como principal socio comercial, ha permeado la política exterior mexicana respecto al bloque latinoamericano, separándose poco a poco de su liderazgo regional desde la implementación del sistema neoliberal en la década de los 80.
Desde el año 2000, con el nacimiento de la democracia mexicana, los Gobiernos centro-derechistas de Vicente Fox (2000-2006), Felipe Calderón (2006-2012) y Enrique Peña Nieto (2012-2018)l llevaron una relación distante con sus contrapartes latinoamericanas, que experimentaron una oleada de Administraciones progresistas, con una agenda de integración regional de la que México se ha separado para buscar una mayor unión con Estados Unidos y Canadá.
“Es una situación contradictoria, porque por una parte a México se le vio como una referencia regional de solidaridad y de soberanía. (…) Hoy en día, aunque se trata de recuperar la ‘Doctrina Estrada’, de solidaridad con los perseguidos y exiliados políticos, al mismo tiempo se desarrolla una integración militar, política e ideológica con Estados Unidos”, menciona Jorge Ángel Sosa Márquez, maestro en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para France24.
México, un pacificador latinoamericano
La historia de México en América Latina va más allá de los últimos años. Durante décadas, México ha empuñado un papel de defensor diplomático de las causas latinoamericanas en la arena internacional, un importante mediador en los procesos de paz dentro de Centroamérica y Suramérica, así como un espacio seguro para todos aquellos exiliados políticos en la época dictatorial en el Cono Sur.
Durante el periodo de la Guerra Fría, México tomó una responsabilidad crucial en la convulsa situación regional, siendo, quizá, el mediador más importante entre las nacientes revoluciones izquierdistas que ocurrían en Latinoamérica y la política de contención al comunismo emprendida por Estados Unidos en aquellas décadas. Uno de los esfuerzos mexicanos por la paz regional más importantes fue materializada en el Grupo Contadora.
El 9 de enero de 1983, acompañado por Colombia, Venezuela y Panamá, México encabezó la creación de una iniciativa de paz para El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Guatemala, todos países Centroamericanos que experimentaban conflictos internos entre guerrillas revolucionarias y grupos paramilitares, financiados en su mayoría por Washington.
“El Grupo Contadora buscó propiciar ‘la distensión bélica en el área’, ‘crear condiciones de paz mediante acuerdos que eliminaran el armamentismo y la presencia militar extranjera’, e ‘impulsar un proceso de desarrollo económico y social en la región'”, explica un documento oficial publicado por la Cancillería mexicana en homenaje a los esfuerzos pacificadores de México en Latinoamérica.
“México ha tenido un papel muy importante en la resolución de conflictos en el pasado. (…) En la actualidad México tiene un liderazgo mucho menor, ha perdido mucho terreno en este campo, en gran medida porque no ha tenido una política continua hacia América Latina“, sostiene Rafael Archondo Quiroga, doctor en Investigación Social por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en entrevista para France24.
Los avances diplomáticos del Grupo Contadora fueron pieza fundamental para la consumación del Plan Arias, donde se materializó la paz en Centroamérica a finales de los 80 y principios de los 90.
El Gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964) también fue protagonista en otra de las tensiones más complejas de la época fría: la rivalidad entre Cuba y Estados Unidos. En 1964, en el clímax de la crisis de los misiles cubanos, el Gobierno mexicano fue el único miembro de la OEA en votar en contra de que los miembros de la organización rompieran relaciones diplomáticas con la isla, buscando siempre una salida diplomática al conflicto ideológico que tenía paralizada a América Latina.
“México, en el ámbito de América Latina y el Caribe, es un sincero amigo de todos nuestros pueblos, un celoso defensor de sus intereses, y ocupa una trinchera de miles de kilómetros en la frontera misma de Estados Unidos”, expresó el mismo Fidel Castro durante una visita oficial del entonces presidente mexicano, José López Portillo, el 2 de agosto de 1980.
México también ha sido uno de los Estados que, año con año, vota en contra del embargo cubano en la Asamblea General de Naciones Unidas.
Siempre abogando por la no intervención y la libre determinación de los pueblos latinoamericanos, México encontró en Latinoamérica su zona de influencia natural en la cual podía materializar sus objetivos diplomáticos y encumbrarse como una nación importante en los procesos de pacificación durante una de las épocas más conflictivas en la historia humana. Empero, la llegada del neoliberalismo transformó radicalmente su relación con la región.
El distanciamiento mexicano
La crisis de deuda que azotó Latinoamérica en la década de los 80 provocó que cuatro de los presidentes más notorios de la región en ese tiempo, el argentino Raúl Alfonsín, el brasileño João Figueiredo, el colombiano Belisario Betancur y el mexicano Miguel de la Madrid, se reunieran en territorio colombiano en 1984 para construir el Consenso de Cartagena, un espacio de decisión en el que los cuatro países se comprometían a “coordinar” sus esfuerzos de renegociación de la deuda externa.
La unión latinoamericana frente a las presiones crediticias de Estados Unidos y los diversos mecanismos de usura internacional provocó una ráfaga de incertidumbre dentro de los prestamistas, que se enfrentaban a una alianza latinoamericana decidida a salir de la crisis crediticia juntos, exigiendo menores tasas de interés y llegando a amenazar en no pagar sus deudas de no flexibilizarse las condiciones de los créditos adquiridos.
El avance del “club de deudores” era próspero, hasta que, contra todo pronóstico, México decidió salir de la iniciativa en 1989, cuando Miguel de la Madrid anunció la firma de las Cartas de Intención, resultado de una negociación unilateral con los emisores de la deuda en donde México se comprometía a adoptar medidas neoliberales, entrando de lleno a la apertura irrestricta de mercados, la libre competencia y el fomento de condiciones para la entrada de capital extranjero.
México le había dado la espalda a sus hermanos latinoamericanos en el combate contra la deuda y, desde ese momento, la legitimidad mexicana en América Latina se vio mermada.
La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, los desplantes diplomáticos hacía diversos líderes progresistas latinoamericanos en la década de los 2000 y la creación del Grupo de Lima en 2017, iniciativa comandada por los Gobiernos más conservadores de la región para “abordar la crítica situación en Venezuela”, según los estatutos de su fundación, marcaron la intensa desarticulación mexicana de su labor como líder regional.
“A partir de los cambios geopolíticos a finales del siglo XX, como la llegada de Chávez a la presidencia de Venezuela y el 11 de septiembre de 2001, la geopolítica estadounidense en América Latina influyó en el actuar de México con respecto a la región. En los gobiernos del neoliberalismo tecnócrata, fue claro el abandono de la política exterior”, señala Sosa Márquez.
El académico mexicano describe la influencia estadounidense en la política exterior mexicana como una suerte de “dinámica de sujeción económica a través de los procesos de integración regional, en una especie de ‘neoliberalismo nacionalista y demagogo”, poniendo como ejemplo la implementación del Plan Puebla-Panamá, acordado en 2001 por los Gobiernos de George W. Bush y Vicente Fox.
Ante la falta de México como mediador natural, América Latina entró a un periodo de intensa confrontación política, con la clara división entre el bando progresista y conservador, imposibilitando la continuación de un proceso integrador que, hasta antes de los 90, se veía como deseable y posible.
La esperanza del obradorismo
La llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia mexicana en 2018 prometía un cambio radical en la postura diplomática de los últimos años, aludiendo a un mayor acercamiento a Latinoamérica y un posible regreso a ese rol de líder regional que México había tenido por décadas y que, gracias a manejos conservadores, había perdido.
“Por primera vez asume este gobierno una postura en cuanto a política exterior y el liderazgo latinoamericano que tanto se le había reclamado a México en muchos momentos y que no había respondido a ese llamado”, apuntó Ana Vanessa Cárdenas Zanatta, profesora de ciencias políticas en el Tecnológico de Monterrey, para la agencia AP el 17 de septiembre de 2021.
En sus primeros años de mandato, López Obrador propuso la creación de un nuevo mecanismo regional que pudiera favorecer realmente la integración latinoamericana, tras criticar duramente a la OEA, alegando que era una institución “lacaya” de los intereses estadounidenses en la región, llegando a abogar por su disolución.
“En ese espíritu, no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie”, expresó el actual jefe de Estado mexicano el 8 de mayo de 2022, en La Habana, durante una de las pocas visitas de Estado realizadas en su mandato.
En el sexenio de López Obrador han existido varios acercamientos a la región que recordaron la importancia de México en la vida política latinoamericana: el otorgamiento de asilo político a Evo Morales en 2019, la instalación del Quinto Ciclo de los Diálogos por la Paz entre el Estado colombiano y la guerrilla Ejército de Liberación Nacional (ELN) y la acogida de las conversaciones entre el Gobierno de Nicolás Maduro y la oposición venezolana han sido algunos de los sucesos más remarcables de la presente Administración mexicana.
Archondo Quiroga identifica “ciertos avances” en el acercamiento mexicano con América Latina dentro del periodo obradorista, resaltando la contribución de Ciudad de México al acuerdo de Barbados, algo que la OEA, por ejemplo, “no hubiera podido conseguir”.
Pero los roces presidenciales con otros líderes de la región y las siempre presentes presiones estadounidenses sobre el Palacio Nacional han impedido que se cumplan de lleno las promesas latinoamericanistas sostenidas por el mandatario izquierdista en los primeros momentos de su Gobierno.
“Con López Obrador hubo un viraje en la dirección opuesta (a sus predecesores): una relación muy cercana con Cuba y Venezuela, además de una enemistad intensa con el secretario general de la OEA, Luis Almagro (…) Bandazos que han hecho que México no pueda todavía tener un papel claro y consistente en la región”, admite Archondo Quiroga.
Las polémicas con el Gobierno de la peruana Dilma Boluarte, que López Obrador ha calificado en numerosas veces de “espurio”; con el mandatario, Javier Milei, con el que protagonizó un bochornoso intercambio de calificativos en distintos espacios públicos; y con el joven gobernante ecuatoriano, Daniel Noboa, que escaló hasta llegar a la irrupción en la Embajada mexicana en Ecuador, han provocado que el Gobierno de López Obrador no haya podido regresar a México a su tradicional lugar de mediador regional.
El futuro de México: ¿más cerca de Estados Unidos o de Latinoamérica?
En vísperas de las elecciones presidenciales mexicanas, ninguna de las candidatas punteras, ni la oficialista Claudia Sheinbaum, ni la opositora Xóchitl Gálvez, han expresado su posible estrategia con relación a Latinoamérica en caso de llegar al Palacio Nacional el próximo 2 de junio.
No obstante, la eventual continuidad de la izquierda en la Presidencia con Sheinbaum podría representar el mantenimiento de los esfuerzos por la integración regional con el sur del continente y una actitud conciliadora por parte de la exalcaldesa capitalina podría consolidar el regreso de México a una posición de liderazgo regional y activismo diplomático, como fue en los años iniciales de López Obrador.
Por otro lado, una llegada de Xóchitl Gálvez a la Presidencia representa un enigma para las relaciones internacionales mexicanas, ya que la candidata opositora no ha revelado si seguiría el paso de expresidentes provenientes de las filas que componen la actual coalición Fuerza y Corazón por México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN), o si emprendería una actitud más favorable a la cercanía con América Latina.
Archondo Quiroga identifica a la candidata opositora como la única contendiente que expresó, superficialmente, un posible cambio en la política exterior mexicana en relación a América Latina, recordando su intervención en el debate presidencial, donde clarificó que, si ella hubiera estado encargada del Estado mexicano en este sexenio, no hubieran existido las controversias diplomáticas con Argentina, Ecuador, Bolivia o Perú.
“En el caso de Xóchitl Gálvez, y en general la oposición al obradorismo, creo que sí habría un viraje que tenga más que ver con la política exterior actual de Argentina o Perú”, expresó el académico, aunque también hizo énfasis en que la política exterior “pasó prácticamente desapercibida” durante las campañas presidenciales. “No hay en México una verdadera y profunda discusión sobre política exterior”.
De cualquier forma, la historia recuerda la eterna personalidad contradictoria de México con Latinoamérica, a veces una guía hacía la paz, otras un rival geopolítico alineado con intereses externos.
México se encuentra en un tradicional e histórico dilema en torno a su pertenencia cultural, política y social con Latinoamérica y sus intereses económicos en Norteamérica.
“Los intentos de integración latinoamericana que han tenido más coherencia e impacto no han salido de México (…) Hoy en día (México) es un promotor, un gestor, de los intereses geopolíticos estadounidenses en la región, algo que no se ha transformado con el actual gobierno, incluso se ha reforzado”, apunta Sosa Márquez.
Entre ser líder indiscutido de una región con un poder limitado en el tablero internacional, aunque con un potencial mayúsculo, o ser un Estado oportunista y de segunda categoría para las potencias económicas del norte del continente, que algunas veces lo conceptualizan como “su patio trasero”. El futuro de Latinoamérica también será, en parte, decidido el próximo 2 de junio.
Con AP y medios locales