Un millón de corales por Colombia, la mayor restauración de arrecifes oceánicos de América
La bióloga marina Elvira Alvarado y sus colegas llevan décadas estudiando y restaurando arrecifes de coral. Ahora, se han unido a una iniciativa del gobierno colombiano para cultivar un millón de fragmentos de coral y restaurar 200 hectáreas de arrecifes para 2023.
Los tesoros marinos de Colombia suelen pasar desapercibidos, ya que el país es más conocido por sus montañas y los coloridos pueblos que salpican su región cafetera. Pero justo debajo de las olas, un vibrante mundo submarino con más de mil kilómetros cuadrados de arrecifes de coral espera a quienes se sumerjan.
Sin embargo, esta maravilla marina corre peligro. Científicos, expertos locales, activistas apasionados y habitantes de la isla dan la voz de alarma sobre el deterioro de uno de los ecosistemas más ricos del mar Caribe, mientras trabajan juntos para restaurarlo.
¡Preparen las máquinas!
Son las nueve de la mañana de un lunes en la isla de San Martín de Pajares, situada en un Área Marina Protegida en la que se pueden observar arrecifes de coral a muy poca profundidad y en aguas cristalinas, y a un tranquilo viaje en lancha de 45 minutos desde Cartagena, la ciudad más visitada del Caribe colombiano.
La bióloga marina Elvira Alvarado trabaja a contrarreloj ya que los recursos son limitados. Tiene ocho días para plantar 13.500 fragmentos de coral y está enseñando a un grupo de jóvenes voluntarios cómo hacerlo.
«Vamos a empezar con tres mesas, a preparar las máquinas de microfragmentación y a utilizar primero pedazos de coral muertos para practicar».
La experta explica: «Tomamos un centímetro de piezas de coral y las cortamos en cinco. Luego pegamos los pedazos sobre un fragmento de cemento en forma de pirámide, como una ‘galleta’. Empezarán a crecer y luego se fusionarán. En un año, tendremos una colonia entera que podremos trasplantar a un arrecife para restaurar el ecosistema».
A través de su ONG, Ecomares, la bióloga y sus compañeros llevan décadas estudiando y restaurando los arrecifes de coral, y ahora se han unido a una iniciativa nacional: «Un millón de corales por Colombia«.
Lanzada el año pasado por el gobierno colombiano como parte de los compromisos adquiridos en el marco del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas, el proyecto pretende cultivar un millón de fragmentos de coral y restaurar 200 hectáreas de arrecifes para 2023, el mayor esfuerzo de este tipo en el continente americano.
Las zonas objeto de restauración abarcan las regiones marinas protegidas del Atlántico y el Pacífico del país, y principalmente la Reserva de la Biosfera de la UNESCO Seaflower (EN), un archipiélago oceánico con bancos de coral, pequeñas islas e islotes que forman parte de los atolones (arrecifes en forma de anillo), que son sistemas poco frecuentes en esta parte del mundo. De hecho, casi el 80% de los arrecifes de coral de la región del Caribe se han perdido en los últimos años, asolados por el desarrollo costero, la sobrepesca, el cambio climático y la contaminación.
El proyecto también abarca el Parque Nacional Corales del Rosario y San Bernardo —que alberga el arrecife coralino más extenso, diverso y desarrollado de la costa caribeña continental colombiana— lugar que Elvira visita desde que era estudiante, hace unos 40 años.
«Fui a estudiar con mi profesor de invertebrados, y qué hermoso era este lugar. Era perfecto. Tenía todas las especies [vivas] como tenían que estar. Pero en menos de cuatro años, después de graduarme, presencié el daño y el deterioro del ecosistema. Vi la casi extinción de dos especies de corales y del erizo negro», recuerda con tristeza.
Vi la casi extinción de dos especies de corales y del erizo negro».
La bióloga fue testigo de la extinción masiva de los corales cuerno de ciervo y cuerno de alce de la familia Acropora del Caribe en la década de 1980, debido a un brote de enfermedad, y acelerada por los huracanes, la depredación, el aumento de la temperatura debido al cambio climático y la sedimentación causada por la contaminación, entre otros efectos.
Los acropóridos crecen como ramas a un ritmo relativamente rápido, e históricamente formaban grandes estructuras arrecifales y proporcionaban hábitat a peces e invertebrados. En la actualidad, la mayoría de estos arrecifes se han reducido a campos de escombros estériles, un estado antinatural entre los ecosistemas del Caribe.
Alvarado ha convertido en objetivo de su vida el restaurar la belleza que una vez conoció, estudiando la reproducción de estos corales, así como de otras especies que viven en los arrecifes colombianos —que ahora también se encuentran en mayor peligro debido a la aceleración del cambio climático en todo el mundo— y experimentando con formas para repoblarlos.
«Es como en el bosque. Si cortamos los árboles, por cada árbol que cortamos deberíamos plantar dos. La restauración debe ser para todos los ecosistemas. La Tierra no llegó a ser lo que es solo por casualidad, sino por la selección natural. La selección natural nos dice que estas especies de corales deberían estar aquí, así que eso es lo que estamos haciendo. Por cada coral que muere, tenemos que restaurar e intentar producir más individuos genéticamente diferentes que puedan sobrevivir a enfermedades o eventos de blanqueo en el futuro», detalla.
Creación de un vivero de coral bebé
En una pequeña embarcación capitaneada por Yeison González —un isleño que ha vivido del mar desde que nació— llegó nuestro equipo de Noticias ONU, dispuesto a participar del primer día del «maratón» de plantación de corales de Elvira, justo antes del Día de los Océanos.
«El mar nos lo da todo, pero también puede llevárselo todo si no lo cuidamos. Mira, a esa casa se le llevó la marea», nos dice Yeison González mientras llegamos a las Islas del Rosario, justo antes de atracar en Oceanario, un centro de conservación y educación de la vida marina dentro del Parque Nacional que presta espacio, alojamiento y equipamiento a los biólogos.
El equipo de Alvarado se instala en uno de los muelles bajo dos lonas. Mientras caminamos por allí, vemos algunos de los animales que el Oceanario –que es a su vez centro de investigación científica– intenta proteger educando a los visitantes sobre su estado; entre otros, tortugas marinas, tiburones y el todopoderoso «Mero Guasa» o pez Goliat Grouper, que actualmente está en gran peligro de extinción (catalogado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza como «en peligro crítico»).
Buzos, estudiantes y otros voluntarios se reúnen para escuchar las instrucciones de Alvarado. El primer paso es instalar lo que llaman «camas» en el lugar de restauración elegido, Isla Tesoro, a pocos kilómetros de donde nos encontramos.
«Estamos construyendo unas estructuras de acero que tendrán una malla en la parte superior con en forma de cama. Deben estar un metro por encima del sustrato [el fondo marino] para que los microfragmentos no sean asfixiados por el sedimento», dice, mientras un buzo dibuja un esquema de lo que harán en breve a seis metros de profundidad.
Instalarán tres mesas y, durante los próximos ocho días, colocarán 900 «galletas» que contienen cinco microfragmentos de coral de ocho especies diferentes cada una. El número de individuos de cada especie dependerá de los trozos de arrecife sanos que los buceadores puedan encontrar y recoger.
«Por ejemplo, la especie más dominante ahora mismo es la Orbicella, que son los corales que hacen estructuras en columna y tipo pagoda. Son abundantes aquí, por lo que tenemos 15 genotipos de cada una de ellas. Pero los Acropora Palmata [cuerno de alce], que es una especie muy escasa en el parque tras la extinción, solo tenemos dos colonias. Por supuesto, nos gustaría tener muchas más, pero no tenemos de dónde sacarlas», destaca la bióloga marina.
Alvarado se queda atrás mientras Noticias ONU sube a una embarcación con los buzos, que van armados con pesados martillos, barras y mallas de acero y un enorme rollo de cinta métrica.
Su trabajo bajo el agua es como una danza coreografiada. Primero, buscan un lugar despejado para instalar la cama, asegurándose de que no haya amenazas en los alrededores, como colonias de algas, que compiten con los corales por los recursos.
Una vez encuentran el lugar perfecto, lo bastante profundo para estar protegidos pero lo suficientemente poco profundo para recibir la necesaria luz solar, el equipo de buceo comienza a medir, colocar y martillear las barras de metal para crear la estructura.
Cuando terminen, su trabajo se asemejará a una mesa subacuática con docenas de micropiezas de coral en la parte superior, que finalmente se ramificarán en colonias de coral.
Las especies de crecimiento lento colocadas en estos lechos tardarán entre un año y un año y medio en crecer lo suficiente como para ser trasplantadas a los arrecifes más grandes, completando así la restauración. Una vez en los arrecifes, entre el 70 y el 80% sobrevivirán y formarán parte de una colonia mayor.
La magia de los corales y su proceso de reproducción
Muy pocas personas parecen saber que los corales no son rocas ni plantas, sino animales cuya función es vital para la supervivencia de nuestros océanos e incluso para nuestra supervivencia como seres humanos.
Los viajeros y turistas suelen disfrutar de viajes para hacer snorkel en todo el mundo, y aunque es comprensible que los peces de colores, las tortugas y otras formas de vida marina sean más «populares», no deberían pasar por alto la asombrosa y compleja belleza de los corales, las «estructuras» vivas que respiran, albergan y alimentan a la mayoría de los habitantes de las profundidades.
Los corales son pequeños animales marinos coloniales. Consisten en muchas criaturas individuales, llamadas pólipos, que viven y crecen conectadas entre sí y dependen las unas de las otras para sobrevivir.
Se alimentan de plancton –si un pólipo come, lo hace toda la colonia– y viven en perfecta simbiosis (una relación mutuamente beneficiosa) con una microalga que les proporciona sus brillantes colores.
El coral suministra a las algas –oficialmente llamadas zooxantelas– un entorno protegido y los compuestos que necesitan para la fotosíntesis y, a cambio, las algas producen el oxígeno y suministran al coral la glucosa o energía.
En momentos de estrés ambiental, como el aumento de la temperatura del agua o de la salinidad, el coral libera las algas de colores de sus tejidos, que es lo que hace que aparezcan blancas –lo que se conoce como blanqueo– y que corran el riesgo de morir.
Hay más de seis mil especies de coral en el mundo, y al menos 80 llaman a Colombia su hogar. Cada una de ellas es única y hermosa a su manera, con formas y colores sorprendentes y diversos.
En el Parque Nacional de Corales del Rosario pudimos ver de cerca algunas de estas criaturas. Unas parecían grandes cerebros amarillos flotando en el azul del océano, otras se extendían como ramos de margaritas bajo el agua, otras formaban «pirámides» anaranjadas y otras eran tan suaves que se balanceaban con las corrientes submarinas en una danza hipnótica e inspiradora.
Acercarse a los corales es un espectáculo asombroso para los amantes de la naturaleza, pero a los biólogos marinos les fascinan sus formas únicas de funcionamiento y reproducción.
Jaime Rojas, director científico del Centro de Investigación, Educación y Recreación de Oceanario (CEINER), junto con Elvira Alvarado, lleva décadas investigando los diferentes tipos de reproducción sexual y asexual de los corales.
«La mayoría de los corales se reproducen [sexualmente] solo una vez al año, y con ciertas especies hay que saber exactamente qué día y a qué hora ocurre esto para recoger los productos reproductivos masculinos y femeninos», subraya.
Gracias a los viveros de coral permanentes y diversos que mantiene el Centro, los expertos pudieron identificar el día y la hora exacta de reproducción de los casi extintos corales cuerno de alce y cuerno de ciervo, algo inédito en Colombia.
«Con esa información, recolectamos los productos sexuales [óvulos y espermatozoides] para luego ir al laboratorio y hacer la fecundación y desarrollar investigaciones en el cultivo de larvas de coral. Esta es una línea de trabajo importante en Oceanario con muchos aliados y expertos –incluso a nivel internacional– y la esperanza en el futuro es repoblar nuestros arrecifes con estas larvas de laboratorio», dice.
Los corales suelen tardar entre 25 y 75 años en alcanzar la madurez sexual, una de las razones por las que los científicos han apostado por la reproducción asexual como forma más rápida de restaurar los arrecifes, pero el trabajo sobre la reproducción sexual es vital para mantener un banco genético de diferentes especies de coral para el futuro.
Diferentes tipos de viveros
La técnica más popular para cultivar y restaurar corales es la que Elvira y su equipo, y sus más de 32 aliados en toda Colombia, están implementando: la microfragmentación.
El proceso de cortar pequeños pedazos de coral para fomentar su crecimiento existe desde los años 60, pero solo en 2018 un biólogo de Florida descubrió accidentalmente que cortarlos en fragmentos aún más pequeños los hacía crecer más rápido.
David Vaughan rompió por error un coral cuerno de ciervo que había estado cultivando durante tres años y los fragmentos cayeron al fondo de un tanque. Para su sorpresa, apenas unas semanas después los pequeños pedazos habían crecido hasta alcanzar el tamaño original de la pieza rota.
Esta técnica consigue que los corales crezcan 40 veces más rápido de lo que lo harían en la naturaleza, lo que es esperanzador para los arrecifes de todo el mundo.
En el Oceanario, que también es uno de los mayores contribuyentes al proyecto Un millón de corales por Colombia, los visitantes aprenden sobre este proceso en sesiones especiales, y a través de una muestra submarina permanente de diferentes tipos de viveros.
«Aplicamos tres técnicas de cultivo distintos. Tenemos viveros tipo árbol y tipo cuerda, que son para especies de rápido crecimiento ramificado, y tenemos viveros tipo mesa para la microfragmentación de especies de crecimiento lento «, destaca la bióloga marina de Oceanario, Alexandra Hernández.
Sumergirse en el agua con estos viveros es como presenciar un milagro. De alguna manera se parece a un jardín de patio trasero bajo el agua. Se ven como tendederos de ropa, pero en lugar de calcetines y camisetas, hay pequeños trozos de coral colgando. Luego están los árboles flotantes, con corales cuerno de ciervo que se ramifican como plátanos.
Además, están las mesas, que tienen formas interesantes, como de un avión o un naufragio, llenas de todo tipo de corales y peces de colores nadando alrededor, lo que la hace especialmente hermosa.
«Con nuestro trabajo no solo buscamos restaurar y dejarlo así, ya que cualquier proyecto de restauración que no implique a la comunidad está destinado a acabar desapareciendo. Podemos restaurar corales, pero si no enseñamos a la gente por qué hay que cuidarlos, protegerlos, o cómo es este trabajo, la gente no lo valorará y por tanto no lo cuidará», añade Hernández.
La vida trae más vida
Los arrecifes de coral han sobrevivido a la extinción de los dinosaurios, a la edad de hielo y a otros cambios ambientales masivos, y con algo de ayuda, sobrevivirán a los cambios climáticos que hasta ahora han caracterizado el comienzo del siglo XXI.
Hay mucho más en juego: además de su belleza natural y de las especies animales y vegetales que dependen de ellos para sobrevivir, los arrecifes de coral proporcionan a los humanos, seguridad alimentaria a través de la pesca; nos protegen de inundaciones y tormentas, y generan ingresos gracias a los millones de turistas y buceadores que viajan para apreciarlos. Algunos tienen propiedades antiinflamatorias, mientras que otros proporcionan la materia prima para algunos medicamentos que combaten el cáncer.
«La vida trae más vida, así que cuando se restauran estos lugares que inicialmente estaban degradados, se traen fragmentos vivos y empiezan a crecer, llega la vida, y con ella los peces. Con los peces también llega el resurgimiento de las actividades económicas de la gente de la región. Esto es beneficioso para todos y para el medio ambiente; no olvidemos que el 70% del oxígeno que respiramos se lo debemos a los océanos«, destaca Hernández.
Un proyecto de restauración en Indonesia es la prueba viviente de lo que plantean estas biólogas. Los científicos y la comunidad de Salisi’ Besar, en Sulawesi del Sur, plantaron 12.600 fragmentos de coral en 2019. En 2021, la cobertura del arrecife había aumentado del 1% a más del 70%, y la vida marina había aumentado en un 300%. El lugar fue bautizado como «Arrecife esperanza».
«Necesitamos los ciclos biogeoquímicos que provienen de este ecosistema. Necesitamos los peces, la langosta, la barrera [marina]. ¿Qué va a pasar dentro de 30 años cuando el cambio climático eleve el nivel del mar si no tenemos esa barrera? Van a pasar muchas cosas», añade Elvira Alvarado.
Para ambas biólogas, la importancia de los arrecifes de coral y su restauración debe ir más allá de la comunidad científica y los buceadores y captar la atención del público en general.
«Necesitamos todos estos tipos de ecosistemas. No se trata de lo que nos gusta hacer a los biólogos marinos, sino de por qué lo hacemos: lo hacemos porque la gente del mundo nos necesita. ¿Qué habría pasado si Jacques Cousteau no hubiera hablado con nosotros? Nadie habría sabido lo que tenemos en nuestros océanos. Tenemos que hablar. Tenemos que aprender», reclama Elvira Alvarado.
Un país azul
Entre los participantes de “Un millón de corales por Colombia” encontramos expertos científicos como Alvarado, Hernández y Rojas, escuelas de buceo, comunidades locales, pescadores que trabajan como jardineros de corales e incluso hoteles.
Milena Marrugo trabaja para Conservación Internacional, la organización asociada que supervisa el proyecto «Un millón de corales» y coordina la labor de los agentes que trabajan sobre el terreno. Milena acompañó a Noticias ONU en el viaje de vuelta a Cartagena.
«Durante muchos años este trabajo [de restauración] fue muy difícil, porque trabajábamos de forma independiente. Antes, los aliados eran los que hacían grandes esfuerzos para trabajar con pocos recursos, y ahora que trabajamos unidos por un solo propósito, los esfuerzos son mayores, lo que hace posible que podamos conseguir nuestro objetivo», dice, y añade que es realmente importante que el Gobierno, que está haciendo una gran inversión financiera en el proyecto, haya empezado a tomar conciencia de la importancia de la restauración de los océanos.
Marrugo explica, además, cómo ha sido llevar a cabo el proyecto en las diversas zonas de Colombia. «Hay algunas zonas en las que hay mucha corriente, por lo que ciertos tipos de viveros no son viables. Hemos tenido que variar y experimentar con diferentes tipos: ahora tenemos cuerda, mesa, estrella, araña, tenemos viveros verticales y horizontales y otras variaciones. Por ejemplo, en el Pacífico nos dimos cuenta de que las guarderías de cuerda iban a ser un problema para las ballenas jorobadas migratorias».
Según la experta, los viveros se están construyendo, en su mayoría, con materiales ecológicos o reciclados que pueden ser reutilizados para continuar con esta labor en el futuro, ya que, como ella expresa, este proyecto no puede terminar tras alcanzar el millón de fragmentos de coral.
«Queremos llevar nuestros corales, que ya están en fase de vivero, a su entorno natural para que cumplan el papel fundamental de restaurar realmente el arrecife, logrando estas 200 hectáreas restauradas. Este es un paso más por el que estamos trabajando», añade. Recalca que los viveros también necesitan mantenimiento y limpieza constantes, lo que supone tiempo y fondos.
No debe olvidarse que, aunque Colombia siempre ha sido vista como un «país verde», con sus montañas y sus ricos ecosistemas terrestres y su biodiversidad, casi la mitad de su territorio, un 48%, se extiende entre el mar Caribe y el océano Pacífico, así que debe protegerse.
*Según Conservación Internacional, a la fecha de este artículo, hay más de 230.000 fragmentos de coral en viveros en Colombia, y más de 12.000 han sido trasplantados a arrecifes.